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Location: Gral Pacheco, Buenos Aires, Argentina

Escritor de Ciencia Ficción, Terror y Humor Negro. Por descarte, Poeta. Perseguidor de gente inocente con elementos contundentes y ambiguas intenciones. Maestro en el arte de la incostancia. Cinta negra de Karaoke y entrenador vocal de Karate. ¿Que más se le puede pedir al olmo?

Monday, January 08, 2007

El merodeador solitario

Al principio no fue más que una broma infantil. Sus amigos le habían apostado que no seria capaz de meter la cabeza entre los barrotes de la reja y el decidió que si podía. A esa hora de la tarde el patio trasero del colegio apiñaba a los alumnos en una sombra rectangular que cortaba en dos el territorio de juego del recreo. Había un enorme y nudoso Eucalipto que hacía las veces de compañero protector pero también de cómplice cuando las travesuras debían ocultarse a los ojos de los maestros.
El mayor problema de Brian no fue meter su ensortijada cabeza entre los barrotes, en realidad hacerlo le resultó bastante simple y hasta pensó que se ganaría la admiración de Celeste por su proeza, pero cuando intentó girar el cuello para echarle un vistazo el barrote le comprimió dolorosamente una vértebra.
A sus espaldas sus compañeros rieron. Brian tomó aire y se concentró en colocar su cabeza en línea paralela al espacio entre los barrotes. Tiró con fuerza pero solo consiguió lastimarse la piel detrás de las orejas. Sin preocuparse ya por las apariencias, dejó escapar un grito. El espinoso pájaro de la desesperación comenzaba a anidar en su pecho. Ésta vez alguien le propinó una fuerte patada en el trasero. Alguno de sus amigos.
Brian entendió con tristeza que no solo no lo ayudarían, sino que se burlarían de el hasta el día del juicio final. Sus ojos se encontraban obligados a observar fijamente una porción del terreno baldío que limitaba con el colegio.
Miró tontamente una lata de gaseosa abollada casi devorada por los altos yuyales y un poco más allá unos cuantos cardos florecidos por donde zumbaban las abejas somnolientas.
Tres agudas campanas anunciaron el fin del recreo y Brian, en un supremo acto de coraje, tironeó hacia atrás como un perro que reniega del bozal.
El dolor en las orejas era insoportable y no había conseguido liberarse todavía. Parecía que su cabeza se había inflado a propósito para impedirle salir.
Brian escuchó como sus compañeros se alejaban riendo y poco a poco el batifondo del recreo se fue acallando hasta que solo quedaron las chicharras y el débil runrun de un motor perdido en la distancia.
Ningún maestro lo había visto. Estaba solo y atrapado en una posición incómoda y grotesca, y el mundo era una maquinaria hostil diseñada para moler y hacer picadillo a los incautos como él. Gruesas lágrimas saladas comenzaron a surcar sus mejillas y gotearon desde su mentón al suelo. -Eh, Mascaron de Proa...Jig Jig-
Brian levantó la vista y se encontró con una horrenda criatura que le sonreía con dientes como agujas. Abrió la boca pero solo gimió y por entre sus pantaloncitos empezó a chorrear la orina caliente.
La criatura acercó el hocico y le olfateó la cara.
- Mascaron de Proa, que mala suerte no?-
Los ojos amarillos relampaguearon. Lo que siguió a continuación fue un acto brutal. La clase de salvajada que desde un principio debía cometer el merodeador solitario para alimentarse. Primero metió las mugrientas manos en la boca del chico y clavó las uñas en el paladar y en la base de la lengua, luego tensionò los músculos en direcciones opuestas hasta que la mandíbula se quebró con un crujido de rama seca. Cuando hubo hecho esto afirmó sus patas traseras en el suelo, metió su brazo por la garganta y se abrió paso hasta el estómago para arrancar el tejido blando y tironear de los intestinos. Ese fue el trabajo más difícil, pero el resto fue pan comido. Cuando las tripas se descosieron empezaron a salir prácticamente solas.
La eviceraciòn duró exactamente siete minutos.
Una lata de gaseosa abollada casi devorada por los altos yuyales y un poco más allá unos cuantos cardos florecidos por donde zumbaban las abejas somnolientas.
Cuando el merodeador solitario se retiró satisfecho, el sitio que marcaba la sombra del Eucalipto era una abominación.
Cuando la campana anunció el nuevo recreo Brian todavía respiraba.

1 Comments:

Blogger paula varela said...

estimadísimo teno...
no puedo creer tu inmensa capacidad de crear climas!
es una alucinación navegar tu literatura...
una alucinación placentera.
toda mi admiración... a tus palabras.

beso!

7:03 PM  

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